Ej. Listas


Un ejemplo de Raphael Bob Waksberg, de su libro "Alguien que te quiera con todas tus heridas":





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Otro ejemplo a modo de imitación:

Mentiras que le dije a Lorena

Por José Carlos Carmona

-Estaba deseando saber cómo te habían ido las oposiciones.
-Esos tribunales siempre meten a enchufados.
-Si la parte práctica es la esencial… Mira que catearte en los temas…
-¿En serio? No sabes cuánto siento que César te haya dejado.
-He seguido todos estos años tu periplo como interina.
-Le pregunté a Macarena por dónde estabas.
-César es un capullo.
-Ningún tío le hace eso a su novia después de doce años.
-Hiciste bien en firmar rápidamente los papeles del divorcio.
-¿Yo? Casi como tú, pero peor: en una separación emocional, pero no de hecho.
·Seguimos juntos por el niño.
·Todo es una representación. 
·Llevamos así tres años.
-Un verano tristón. Más bien solo. 
-Me encanta hablar contigo por teléfono. 
·Sí, aunque llevemos dos horas y cuarto. Lo que me has contado es importante.

-Te parecerá una casualidad, pero pensaba ir por tu zona.
-Claro, me encantan las ensaladas.
-Sí, compartamos platos.
-¿Pizza vegetal? Mi preferida.
-Esta noche me lo he pasado genial. Estas playas son ventosas pero bonitas. 
-Lástima que el verano no dure más.

-Necesitaba que alguien me abrazara.
·No me abrazaba nadie desde hace tres años.
-Es la primera vez que doy un beso en este paseo junto al río. 
·Ya lo has marcado para siempre.

-Qué pena que solo vengas los fines de semana.
·La semana se me hace larga sin ti.
-Yo puedo ir a verte de vez en cuando, me gusta mucho el mar en invierno.

-Me encantaría acompañarte al notario para la compra de tu casa aquí. 
-Está fantásticamente pensado: te compras un piso aquí y sigues pagando el apartamento de la playa para ir al instituto.
-Seguro que el año que viene te toca aquí de interina.
·Seguro que apruebas en la siguiente convocatoria y te vienes para tu casa nueva.
·Tú eres muy lista. Con lo que tú sabes de Historia te sacas las oposiciones sin estudiar.
·Las oposiciones se aprueban más con la actitud que con el conocimiento.

-Como prefieras. A mí me da igual que nos demos un paseo o que nos veamos en tu casa nueva.
-Me encantan los gatos.
-Es la primera vez que hago el amor con alguien que no sea mi mujer. 
·Es que tú eres muy especial.
-Nadie besa como tú.
-Tus pechitos me encantan.
-Me encanta que hables en la cama. 
-Que no pasa nada porque hables tanto.
-Desde que te conocí. 
·Eso. 14 años ya.
·Porque tenías novio y te casaste. ¿Qué iba a hacer? Estabas tan enchochada con César.
·Pero siempre pensé en ti.
-No me importa hacerlo con preservativo. 
·Te comprendo, te comprendo. ¿Quién querría tener un hijo a nuestra edad?
-Me encanta chuparte el coño.
-Sí, la penetración está sobrevalorada. Ja, ja.

-Me encantaría viajar contigo en primavera.
·Ah, es verdad, no me acordaba: vosotros no tenéis esa semana de vacaciones.
·Me están buscando a alguien que me acompañe.

-Cuánto siento que no vengas este fin de semana.
-¿El sábado? Me fui al cine solo. ¡No estabas tú!

-Hemos hecho un grupito para viajar a Grecia. 
·La mujer no me interesa. Es una señora. No parece nada interesante.

-Yo estoy teniendo muchas precauciones con el Covid.
-Estoy deseando pasar las Navidades contigo.
-Hace mucho calor en tu casa. 
·¿Fiebre? Pensaba que era la calefacción.
·Por supuesto que es la primera vez en todo el día que siento destemplanza.
·Seguro que ahora encuentro un test en cualquier farmacia abierta.
-A lo mejor no te lo he pagado, como tú tienes las tres vacunas.


-O te vienes a mi apartamento de la playa conmigo para aislarnos o me voy solo.
-Podrían ser unas Navidades geniales. 
-Seguro que si yo te he pegado el virus y seguimos juntos no pasa nada.
-No salgo de casa.
·Pido comida por teléfono.
·Me estoy hinchando de pizza congelada.
·Sí, esa película la estrenaron en el cine ayer, pero yo la tengo pirata.
-Aquí solo todo el día. 
-No te he llamado antes porque quería leer y me he apagado el teléfono de seis a nueve.
-Sólo me he dado un paseo por la playa.
·No había nadie en kilómetros a la redonda.
-Los días se me hacen larguísimos aquí solo.

-Negativo. Me ha dado negativo. Estoy limpio de virus.
-¿Fin de año? Fingiendo, con mis suegros.
-Seguro que tú en dos días también das negativo.
-Es raro que estés tardando mucho más que yo en dar negativo. Será por tu constitución más débil.
-Paseo solo esperando a que te cures. 

-A la gente del viaje no la veo. Nos mandamos algún mensaje, preocupados por las restricciones de vuelo, pero poco más.

-No es que no quiera ir a verte, es que no quiero contagiar a mi hijo.
-Esta noche he salido a pasear con mi hijo. 
-La prioridad es mi hijo.
-Yo no tengo la culpa de que te hayas pasado todas las Navidades encerrada.
-A los cinco días ya podrías haberte des-aislado.
-Tu problema es mental, no legal. 
-Prefiero que nos demos un tiempo, quiero concentrarme en el viaje. 
·No falta tanto para el viaje.




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Otro ejemplo:

EL PUF

Por José Carlos Carmona


El día que supe que mi hijo de 4 años iba a morir golpeándose con la mesita del salón habíamos estado en un parque de bolas con los compañeros de su cole. La reunión había sido un éxito de niños de su colegio. Yo me sentía un poco fastidiado porque al cumpleaños de mi hijo no había querido  venir nadie. Habíamos llamado a los primos y a un nieto de una amiga de su abuela, pero del colegio no había venido nadie. Bueno, había venido El Niño que le pega, pero ese tampoco consigue que vayan niños a su cumpleaños.
      Ese verano habíamos llevado a mi hijo a diversos sitios de entretenimiento y yo me sentí contento porque tenía la sensación formal de haber cumplido. Soy un padre viejo, de estos de las nuevas generaciones que se casan tarde. Mi hijo tiene 4 y yo tengo 50. El beneficio para él es que yo tengo esa edad en la que se planifica, hago listas. Y yo planifiqué ir a diversos lugares de ocio de veraneo. Pero ya antes del verano, y previendo que mi hijo podía morir desnucado con la mesita baja del salón, fui a un tapicero y encargué un enorme puf con esquinas bien redondeadas y recubierto todo él de cuero para sustituir la mesita. Me sentí bien tras hacer el encargo. Era un padre previsor.
   Entre las previsiones del verano planifiqué la asistencia a un parque acuático. Para mí fue un auténtico calvario. El suelo quemaba por todas partes, el niño apenas podía montarse en casi ninguno de los toboganes porque eran muy peligrosos y yo estaba todo el tiempo temiendo que se ahogara en la piscina de olas o que se desnucara en el tobogán de niños. Intenté leer, pero el calor era sofocante. Había mucho suelo y poca hierba.
       Él parece que se lo pasó bien. Se lo pasa bien en casa. A veces rechaza mis planificaciones de hacer actividades externas. Tiene sus muñequitos y sus juegos de construcción y fantasea con batallas y malos muy malos. Ya se golpeó una vez con la mesita y se rajó una oreja. Tenía algo menos de dos años y se cayó desde un caballito en el que andaba montado y se dio con la oreja en el filo no del tablero de arriba de la mesa sino el de abajo. La mesa es como un catafalco, una especie de sepulcro de iglesia, de esos donde se ponen las reliquias. Una madera rectangular abajo, cuatro columnas talladas y un cristal encima con reborde de madera. Pero la madera es de muy buena calidad y brillante. Yo no sé de maderas, pero sé que el sepulcro este tiene una densidad solemne y pesa como si fuera de mármol de Carrara. El niño fue a darse con su orejita con el filo de abajo (ya teníamos todo el filo de arriba recubierto de una goma tosca) y se cortó la oreja, le salió sangre y el cartílago se quedó marcado para siempre.
      Mi mujer, cuando el niño cayó gritó: "¡Esto no puede ser!", que yo nunca lo he entendido, pero que lo recuerdo penetrantemente.
       El niño vio a principios de verano un cartel de un parque de cocodrilos y pidió que lo llevara. Yo lo anoté en mi libreta. A él luego se le olvidó. Pero al final del verano lo planteé y se emocionó mucho. Yo tengo la teoría de que morir con dos, con siete, con quince, con treintaycinco, con setenta o con noventa años es indiferente. Cuando te mueres ni te duele nada ni sabes que te has muerto. Por ejemplo, ya da igual que tu equipo gane o no la liga. Sólo saben que te has muerto los que siguen vivos. Y luego está el concepto tiempo dentro del orden universal. O sea, que entre vivir dos años o vivir ochenta en el devenir del cosmos todo es igual de absurdo. Por lo tanto, lo importante es ser feliz mientras se viva: dos años o doscientos.
     Yo, por eso, este verano seguí con mi lista. Fuimos al cine tres veces con el peque. Vimos una de Pitufos, una de guerreros hoja y otra de villanos graciosos. Aguantó bien.
     Mi hijo me pregunta de vez en cuando si no tengo un regalo escondido por la casa para él. Yo sólo necesito que me lo diga una vez para saber que es una buena idea y el día siguiente ya tiene escondido por la casa algún regalito. Lo malo es que me cuesta muchísimo aguantarme y no decirle: "¿Hoy no me preguntas si no hay un regalito para ti?". Pero me suelo aguantar las ganas.
        El tipo del puf no daba señales de vida y fui a verlo. "¿Qué pasa con el puf gigante que le encargué?". Pasé con ese tipo por todas las fases. La primera fue la de comprenderle. Era un pobre tapicero con una especie de síndrome de Diógenes de muebles y tapicerías: toda la primera parte de su taller, la que daba al escaparate, era una montaña de muebles viejos apilados con trozos de fundas y cueros por todas partes. Pero si intentabas llegar hasta su espacio de trabajo en la parte de atrás todo era igual tanto por el camino como en su zona de trabajo: abarrotado. Cosía en medio de montañas de sillones rotos y piezas amorfas.
       Llevé al niño y a mi mujer a un pueblo de montaña donde había una roca escarpada y una bella vista a una vega. El niño se aburrió. Con sólo cuatro años ya se puede decir que es un niño de centro comercial y casa con tele.
        Aquella vez que se rompió la oreja y que mi mujer dijo "esto no puede ser" lo llevamos a un hospital público y estuvimos esperando a que lo atendieran casi dos horas. El corte iba a ser cada vez más difícil de coser. Ahora está creciendo la oreja con la muesca en el cartílago y va a quedar mal. Creo que su crecimiento no va a ser correcto. Y todo por esa mesa.
     Y es curioso, porque esa mesa-sepulcro no la compramos nosotros. Cuando compramos el piso estaba ahí y pegaba con los muebles clásico del matrimonio mayor que vivía ahí. Habíamos hecho, mi mujer y yo, un plano a escala de la casa y recortables con los muebles que ya teníamos en nuestro piso de alquiler. Pero no teníamos nada para poner delante del sofá. Nuestros muebles eran más modernos pero no desentonaba demasiado. Al principio, antes de que viniera el niño, no hubo problemas: nos sentábamos a ver la tele en el sofá y poníamos los pies sobre la mesa. Luego, cuando el niño comenzó a levantarse del gateo comenzó nuestra preocupación.
        Tampoco es que encargáramos el puf después del accidente de la oreja. Después del accidente de la oreja cubrimos todas las aristas del tablón de abajo también con las feas gomas que habíamos utilizado para la parte alta. Pero con cuatro años yo le quité las gomas y limpié los bordes de la mesa.
       Me he dado cuenta de que tengo muchas ganas de que mi hijo se haga mayor por pequeños detalles que a veces me descubro. Me pasa igual cuando estoy leyendo un libro: voy por la página de la izquierda y veo que mis dedos buscan ya la esquina inferior de la página derecha. Es mi cuerpo que me está diciendo: "pasa ya la página, acabemos pronto". Y eso significa que estoy cansado. Cuando quité todas las gomas de los bordes superior e  inferior de la mesa me di cuenta de que estaba actuando de manera parecida: quería que mi hijo fuera ya suficientemente mayor como para no tener que usar la fea goma alrededor de la mesa.
      Pero sabía que era pronto.
       Cuando me entraban los ataques de ansiedad pensando en que al final el niño se iba a romper la crisma con esa mesa, iba de nuevo al tapicero. Me decía que estaba en ello, que ya quedaba poco, que había encargado el armazón a un carpintero. Pero yo sabía que me mentía.
         Durante el verano también llevé al niño a tres ferias: dos de pueblos y una de ciudad. Me pude montar con él en unas canoas que caían por enormes cascadas de agua. Íbamos vestidos con bolsas de plástico. Y fue muy emocionante.
      En las ferias, el niño pedía montarse en todo. En un par de veces que fui solo con él le monté en todo lo que quiso. Sabía que se iba a morir. Cuando fuimos con su madre solo se pudo montar en dos cosas.
        Un día, el tapicero me contó que el carpintero había cerrado y que no tenía quién le sirviera el armazón necesario. Habían pasado por lo menos cuatro meses desde que lo encargué. En la tercera vez que lo visité le había conseguido sacar el número de su teléfono, que él se resistió a dar, y a partir de entonces lo pude llamar todas las semanas. Como él se temía. Pero mentía sin mala conciencia alguna, se le notaba. Hasta que se inventó lo del cierre de la carpintería.
      Yo renuncié y decidí buscar otro tapicero. Pero hay tan pocos. Ni lo busqué.
      Lo curioso de la mesa es que era de uno de mis mejores amigos, porque la casa era de sus padres. Así qué cuando él venía a visitarnos notaba que lo único que permanecía de su niñez era la puerta de la casa y esa mesa. Me va a costar tirarla.
       También llevé al niño varias veces a un castillo hinchable. Había uno enfrente de una pizzería muy mala, pero al menos nos permitía charlar tranquilamente, incluso con amigos, mientras él daba saltos en las enormes gomas hinchadas.
          El día que supe que mi hijo de 4 años iba a morir golpeándose con la mesita del salón fue en el que jugando conmigo en el sofá, su cabeza voló hacia la esquina de la mesa.
         La mesa es muy pesada, da una sensación de ser maciza, sin flexibilidad ninguna ante la cabecita blanda de un niño.
          Esto lo aprendí en el colegio: si la masa de un objeto es muy grande, inmensamente grande, no necesita velocidad alguna para hacer un daño atroz. Si no tuviera masa podría ir lanzada que no haría daño alguno. La clave está en la masa.
          La verdad es que la mayor parte del verano hemos tenido al niño en la piscina del apartamento de mis padres. Ahí no molestaba. Mi mujer ha pasado muchos días de viaje por trabajo y yo me he ido al jardín ante la piscina a leer. Leía y por encima miraba a mi hijo correr, a mi hijo saltar al agua, a mi hijo jugar con unos niños vecinos, a mi hijo no salir de la piscina de niños durante horas. En mitad del verano bromeábamos con que el niño estaba cambiando de raza.
     Cuando mi mujer llegaba hacia más o menos lo mismo, quizás creyendo que era la primera de los dos en hacerlo. Eso es lo malo de los turnos.
    Yo quería leer, ella quería leer.
     Eso es lo que va a matar al niño: nuestra desidia por él, nuestros deseos de jugar nosotros con nuestras cosas (libros, conversaciones, compras).
      En septiembre volví a llamar al tapicero y me dijo que el carpintero había vuelto a abrir. Tuve esperanzas.
     Cuando el niño volvió al colegio, la profe les hizo pintar la escena del mejor momento del verano. El niño pintó una cascada de agua y su padre y él tirándose por ella. Me emocionó. He guardado el dibujo entre mis cosas.
      Apunté en mi lista "llevar al niño a un paseo en piraguas". Casi el último día del verano lo llevé. Se salía en grupo con otras parejas de desconocidos que iban en piraguas por unas calitas de la costa. Mi mujer y yo remábamos, él iba en medio. Se aburrió a los veinte minutos. Eso es lo bueno de tener un niño y ser un hombre de cincuenta años, que le tomas la palabra, aprovechas, y te vuelves. Yo estaba ya fundido.

     Pero la muerte del niño está mucho más cerca. Sólo necesita una carrera, una mala caída y la masa de la mesa hará el resto. Y mi mujer dirá: "Esto no puede ser". Pero habrá sido.