Ejs. 2ª persona

CÓMO SER EL HOMBRE MÁS SABIO DEL MUNDO

Por José Carlos Carmona


Enamórate de una niña a los doce años. Róbale a tu madre una foto de la niña (está con tu madre y su madre en posición hierática en una fiesta de verano), recorta la parte de la niña. No quieres ver en qué se puede convertir. Dite: “¡Son otros genes!” (Ya sabes de genes y de Mendel y de todo eso). Lleva la foto de la niña en tu carterilla. Diles a todos: “¡Es mi novia!, ¡Mirad, es mi novia!”. Y es tu novia porque un día, hablando con ella por teléfono le dijiste: “Me gustas”. Y colgaste, muerto de vergüenza. Como no llamó su madre para recriminarte (ni la policía), es tu novia.

Díselo a tu profesor: “Es mi novia”. Y enséñale la foto de tu carterilla. Ese año suspendes cinco. El cura de tu colegio le dice a tus padres que mejor que repitas. Todavía no eres el más sabio del mundo.

Enamórate a los diecisiete de la diosa del grupo. No te enamoras, por supuesto, sólo te llega un cotilleo. “Elena está por ti”. Cuéntaselo ipso facto a tus amigos: “¡Le gusto a Elena, le gusto a Elena!”. Pasabas de ella porque era tan inalcanzable como montarse en avión. Pero eras divertido. Declárate a Elena mientras bailas con ella en el chalet de María del Mar. En un tocadiscos suena alguna canción. Te da igual la canción. Dile a tus amigos: “Estoy saliendo con Elena”. No se lo pueden creer. Subes la autoestima al grupo. Si el canijo este sale con una diosa es que las diosas están de rebajas.

Ten una revelación: la felicidad está en ayudar. Corolario: para ayudar más hay que saber más. Ponte en  camino hacia la sabiduría. Decide estudiar sin parar el resto de tu vida. O por lo menos, decide estudiar… mucho.

Ten una revelación de idiota profundo: para no perder a Elena, lo mejor es dejarla ahora que tienes dieciocho y consíguela con veintiuno.

Sabio, lo que se dice muy sabio, no eres, imbécil.

Llora de los dieciocho a los veintiuno. Y no la recuperes, por más que la persigas por las esquinas. 

Estudia Derecho, lee como si los libros se fueran a perder por el sumidero de la historia. Sé un artista. Sal al escenario. Lee a Shakespeare, toca a Bach al piano, visita solo el Prado durante tres días.

Fracasa.

Suspende Derecho, toca el piano como el culo, haz el payaso en el escenario.

Empieza otra vez: enamórate de una alumnita. Estudia. Espera a que ella crezca. Créete el santo Job de la paciencia amatoria. Dale un día la mano en un concierto. Escribe una carta a sus padres por si la pillan. No eres todavía un sabio aunque la carta funcione. Ámala y piérdela en seis años. 

Matricúlate en otra carrera, a ver si esta funciona. Si quieres ser un sabio, que sea Filosofía. Sorpréndete aprobando algo. Sigue tocando el piano. Reúnete con amigos. Finge ser músico. Finge tanto, tanto, que terminen por creérselo. Termina la carrera. Abraza a tu padre que había perdido la esperanza. En realidad, déjate abrazar. Di: “Gracias a ti, Papá”. 

Consigue un trabajo. Échate una novia, todos los sabios tuvieron pareja. Es la diosa del nuevo grupo. Pero esta vez no hay chivatazo. Te la trabajas. La cosa funciona y se va a vivir contigo. 

Haz un doctorado. ¿Qué sabio no es doctor en Filosofía? Tarda siete años. Ponte el sombrerito de doctor en la entrega del Premio. Siéntete ridículo. Pregúntate: ¿Soy ya un sabio? Dite mil veces “no”. No puedes engañarte. Escribe libros, publícalos, da conferencias, da clases, da consejos. ¿No querías darte?

Ten un hijo, tampoco hay que ir contra la naturaleza. No leas tanto porque ya has leído todo lo importante, y lo nuevo es regurgitación. Cánsate de publicar libros. Di: “Odio las conferencias. Siempre preguntan lo mismo”. Siente con estupor que todas las noticias te parecen oídas, que todos los grandes acontecimientos ya los has vivido, que cada día te aburre más todo: de Bach a Shakespeare. Pasea con tu hijo de la mano. Él está empezando. El camino de descubrir y olvidar.

Oye. Oye que tu hijo de seis años, de tu mano, te dice: “Papá, ¿a que tú eres el hombre más sabio del mundo?”. 

Dile: “Sí”.


* * *



CÓMO SER MUY LISTA

Por José Carlos Carmona



Te crees muy lista y te ofreces como madre de alquiler. Eres una chica normal, de Mairena. Sabes que esto no va a ser como en las películas. En las películas todo pasa en una hora y media. A lo sumo dos. Pero aquí van a ser nueve meses, bueno, ocho, porque el primero no te enteras. Ellas te han dicho que te pagarán mil quinientos euros al mes durante el embarazo y mil durante los dos años siguientes. “Lo que dura la pena”, dijo una de ellas. Le dices: “Vale” y eres una madre de alquiler. “Di vale”.

—Vale.

—Estamos muy contentas —dicen ellas.

Di algo para que estén tranquilas.

—Estad tranquilas —dices.

—Ven a tomar el té cada semana.

Di:

—¿El té no es excitante?

—Claro —dicen ellas—. Tú, rooibos. 


Te acompañan a la clínica. Para controlar el proceso. Tú eres “el proceso”. La clínica es de las caras: la música que suena no mete locutor entre tema y tema. Piensa en el dinero: no has tenido mil quinientos en tus manos en tu vida. Harás listas. Listas de compras. No sabes por dónde empezar. “¿Da para una motillo?”, te preguntas. 

Dejaste la ESO. Repetiste primero (fue el año en que tu madre se fue), repetiste segundo (tu padre te metió en casa a Merche) y te quedaste en tercero hasta el día de tu dieciséis cumpleaños. A lo peor no eres tan normal, te dices. 

1.Ropa de Zara.

2.Finde en Gibraltar.

3.Un perrillo de tienda.

Le pondrás el nombre del bicho, te dices. El bicho es como llamas al bicho que te han metido dentro.


No te duele cuando lo hacen. Te alegras. Intentabas imaginártelo pero no podías.

Pero no funciona. Tienes que ir dos meses después a repetir. Pero ellas te han dado mil, “es como un desembarazo antes del embarazo”, piensas.

Piensas en Jorge, el capullo de Jorge. Te vas con él y luego te dice que se vuelve con sus padres, que quiere estudiar. Que se ha dado cuenta. Di:

—¿Te has dado cuenta de qué?

Y te dice no sé qué de que no quiere trabajar o no quiere trabajar tan duro. Lo comprendes, pero tú ya estás en el MAS, haciendo pitar el rayo. “El rayo” es como le llaman las niñas al rayo. Al rayo rojo. A veces sueñas por las noches con el “pi”. 

Tu hijo también hace ya “pi” dentro. Dicen que va muy rápido: “pi, pi, pi, pi, pi”.

“¿Quién será el padre?”, te preguntas. “Mira que si es el Jorge, pajillero a sueldo…”.

Ellas pidieron que fuera vegetariano, pero en la clínica no lo sabían.


Has empezado a llorar por las noches. Te ríes porque es sin motivo. Di: es sin motivo. 

—Es sin motivo. 

Pero no te oye nadie.

Las niñas te han visto con ropa de Zara y te han envidiado. “Esto funciona”, te dices.

Tu supermercado está en la Avenida Filosofía. Sabes chistes de Filosofía, pero no te haces una idea muy bien de qué es. “Es donde está el MAS”, te dices.

El nuevo encargado te hace ojitos. Dile:

—Yo también soy en-cargada.

Ríete.

Te gusta hacer el pan. Por la mañana viene un gordito afectuoso. Cuando le das el pan piensas que alimentas el mundo.

—Toma. Pan. —le dices. Como si fueras a bendecirlo.

Desde que tienes el bicho ahí has pensado en ir a la iglesia. Ya no lloras por la noche. Lloras por la noche y por el día. Sobre todo los sábados. “Ir a la disco con panza es muy mal rollo”, piensas. Te pides el turno de tarde. Y los festivos.


Tomando el té te enseñan la ropita. 

Sólo piensa: “Soy una chica normal”. 

Ahora cuando lloras ya sabes por qué lo haces. “Quizás eso es Filosofía”, te dices. 

Las niñas te dicen que estás más gorda.

Di:

—Hacer pan engorda. —Ríete.


Alquila tu piso de Mairena a una amiga. Vete a Sevilla. A un cuarto sin ascensor cerca de la Alameda. Apúntate ya gorda a clases de barro cocido. 

“Estás preparando el nido”, te dice la maestra.

Pasea por la Alameda. Ve los niños corriendo, chillando de alegría. 

Has dejado de llorar, aunque las hormonas te tienen como loca. Te ha dado por las pipas. De calabaza. Pero estás en fase mil quinientos. La lista final ha sido:

1.Tele.

2.Móvil.

3.Perrito de tienda. 

El de la tienda te ha dicho: 

—¿Dos a la vez?”

—Para que discutan —le has dicho. Y te has reído.

Es un Jack Russell Terrier. Un enano, como el bicho. Ellas le han puesto “Bruno”, como el perro. Te parece más nombre de perro que de niño. Cuando se mueve, le dices al perro:

—Sit, sit, Brrruno.


Cuando el bicho sale tú miras hacia el Aljarafe. No hay ventana en el quirófano, pero sabes que está ahí. Detrás. Y que está lleno de vida. De oportunidades. Bruno te espera en casa. Y las niñas saben que vas a volver. Hay muchos “pi, pi, pi” por llegar. 

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Un par de ejemplos de microrrelato en segunda persona:

[En presente]
Intento de no estar solo

Te pones el despertador de la siesta a las cuatro menos cinco porque, aunque tienes clase a las cinco, vas de profe guay y has quedado con los alumnos para tomar café a las cuatro y cuarto. Cuando suena, te dices que por qué tienes que organizar un café cuando luego vas a tener que estar dándoles tres horas de clase. Pero es que eres así de listo o que necesitas algo más de cariño desde que tu mujer te dejó. Te mueves lento como una morsa aleteadora en un piso estrecho, no resoplas, que ya es algo. Te lavas la cara, y como te has dormido con la ropa de clase, sólo te la tienes que estirar. Has organizado el café para ver si se anima a ir la de la primera fila que es guapa y luminosa como un faro en la neblina (seguro que se enciende cuando lea esto) y eso te despierta y te llena de ánimos. Bajas a tu garaje a por la moto y te pones el puto casco que te incendia el cráneo con el calor de la calle como una castaña en un perol, como un guerrero en el desierto Sirio, como un buzo en el mar muerto. Te saltas los veintidós semáforos del camino porque tienes la teoría de que: 
    1.- Las reglas deben estar al servicio de los hombres y no los hombres al servicio de las reglas;
    2.- No hay policía para tanto semáforo.
    3.- Tienes la excusa perfecta: hace mucho calor.
    En el casco llevas metido el móvil donde suena una conferencia sobre Postmodernidad, prefieres oír los pensamientos de un filósofo colgado que los tuyos.
    Cuando llegas al café, ella no está, claro. Pero están los demás que son encantadores. Uno te ha hecho un retrato, él no lo sabe, pero estás a punto de llorar. Desde que tu mujer te dejó crees que nadie piensa en ti. 
    Tomando café, ellos no lo saben, pero tú activas en tu blog la clase siguiente. Cuando llegues al aula parecerás un profesor bien organizado. 
    Dices que para la siguiente clase tendrán que escribir un relato en segunda persona. Beatriz te pregunta: “¿Eso que es?”. “Cuando tu conciencia te atusa”, dices.
    Te invitan al café. Tú siempre haces ademán de pagar, eres un chico bueno, uno que estudió en Maristas. Pero nunca pagas. 
    Cuando subes, ella está cerca de la puerta. Te dice: “Hoy pensaba llegarme al café”, se te ilumina la cara, “pero mi chico se ha olvidado la chupa de cuero negra y al final hemos salido tarde”. 
    Dices:
    —No pasa nada. Habrá más días. —Pero sólo queda una clase. 

Cuando llegas a tu casa por la noche, le enseñas el retrato a tu hijo. Desde que tu mujer te dejó es lo único que te queda. El muchacho ni mira la pintura. 


[En imperativo]

Cómo intentar no estar solo.

Ponte el despertador de la siesta a las cuatro menos cinco porque, aunque tienes clase a las cinco, vas de profe guay y has quedado con los alumnos para tomar café a las cuatro y cuarto. Cuando suene dite que por qué tienes que organizar un café cuando luego vas a tener que estar dándoles tres horas de clase. Pero es que eres así de listo o que necesitas algo más de cariño desde que tu mujer te dejó. Muévete lento, como una morsa aleteadora en un piso estrecho, no resoplas, que ya es algo. Lávate la cara, y como te has dormido con la ropa de clase, estíratela, sólo eso. Has organizado el café para ver si se anima a ir la chica de la primera fila que es guapa y luminosa como un faro en la neblina (seguro que se enciende cuando lea esto), siente que eso te despierta y te llena de ánimos. Baja a tu garaje a por la moto y ponte el puto casco que te incendia el cráneo con el calor de la calle como una castaña en un perol, como un guerrero en el desierto Sirio, como un buzo en el mar muerto. Sáltate los veintidós semáforos del camino porque tienes la teoría de que: 
    1.- Las reglas deben estar al servicio de los hombres y no los hombres al servicio de las reglas;
    2.- No hay policía para tanto semáforo ni para tanto tonto.
    3.- Tienes la excusa perfecta: hace mucho calor.
    En el casco, lleva metido el móvil y escucha una conferencia sobre postmodernidad, prefiere oír los pensamientos de un filósofo colgado que los tuyos.
    Cuando llegues al café, ella no está, claro. Pero están los demás que son encantadores. Uno te ha hecho un retrato, él no lo sabe, pero estás a punto de llorar. Desde que tu mujer te dejó crees que nadie piensa en ti. 
    Tomando café, ellos no lo saben, pero activa en tu blog la clase siguiente. Cuando llegues al aula parecerás un profesor bien organizado. 
    Diles que para la siguiente clase tendrán que escribir un relato en segunda persona. Beatriz te preguntará: “¿Eso que es?”. Di: “Cuando tu conciencia te atusa”.
    Te invitarán al café. Haz ademán de pagar, como siempre, eres un chico bueno, uno que estudió en Maristas. Pero no pagues nunca. 
    Sube a clase. Ella estará cerca de la puerta y te dirá; “Hoy pensaba llegarme al café”, ilumínate como un adolescente, “pero mi chico se ha olvidado la chupa de cuero negra y al final hemos salido tarde”. 
    Di:
    —No pasa nada. Habrá más días. —Pero sólo queda una clase. 

Llega a tu casa por la noche, enséñale el retrato a tu hijo. Desde que tu mujer te dejó es lo único que te queda. El muchacho ni mirará la pintura.